En todo proceso de reforma institucional y/o académica de la educación superior pública es necesario hablar de la consolidación de todos los sectores involucrados en el accionar educativo, esa es la premisa para llamarle “bien público”, siendo el estudiante –organizado y no organizado quienes caminan con la realidad histórica y multicultural- el más importante y el cuerpo docente[1] como sujetos directos de la práctica educativa.
Desde ese punto de vista es exigente realizar una caracterización socio-cultural de los actores anteriormente mencionados principalmente la masa estudiantil, por lo que la Andragogia como disciplina científica retoma su estudio en entender el desarrollo psico-social del adulto y adulta partiendo del entorno en que mantiene relaciones políticas con otros sujetos, y desde ese reconocimiento consolidar colectivamente el tipo de universidad pública que se quiere como también el desarrollo estrategias metodológicas sobre lo ¿que se desea aprender? Priorizando las necesidades inmediatas que surgen a partir de sus relaciones ciudadanas, jurídicas, económicas y familiares, es esa la aplicabilidad del principio socio-antropológico de los currículos ejecutado desde las subjetividades comunitarias; seguido del planteamiento de ¿cómo aprenderlo? Siendo esa voz democrática la gestora de la didáctica pertinente para la problematización de experiencias y contenidos, es desde esas perspectivas que el modelo educativo pasa de ser filosófico a ser práctico.
Partiendo de esa visión dialéctica la educación superior se convierte en una acción cultural crítica, donde la significancia generada desde la ciencia, el arte y la técnica reside en la capacidad transformadora en realidades socio-políticas de los educandos gestándose ellos y ellas en la praxis, lo que pone en tela de juicio el tradicionalismo que se da en las metodologías de evaluación aplicadas en entornos de educación superior actual, por lo que es ético tener cuenta las dinámicas de aprendizaje del adulto y éste como parte de una diversidad, de lo contrario se subestima la capacidad decisoria de los educandos en el desarrollo de una estrategia de sistematización integral de los conocimientos construidos.
En tal sentido, dejar fuera las imaginaciones de las y los estudiantes en los procesos de reforma educativa se convierte en una de las paradojas más grandes en la democracia y de la garantía y promoción de los derechos humanos; lo que institucionalmente se ha legalizado a partir de la posibilidad que se han dado de movilizar piezas estructurales, pero que desde una revisión epistémica entra en contrariedad. Se reafirma que la cosmovisión del estudiante en un proceso de reforma educativa constituye el pilar fundamental legítimo para que sea integral. Revelando el actual sistema educativo universitario se plantean algunas interrogantes, ¿Se puede aplicar el constructivismo con un currículo donde el estudiante no ha participado en su elaboración? ¿Podemos hablar de atender la unicidad de los educandos con 60 estudiantes en un mismo espacio? Y la pregunta de trascendencia ¿Puede la UNAH apoyar a la nación en insumos para la democracia?, todo lo anterior es lo mínimo para iniciar toda una aprehensión de la actual Universidad Nacional Autónoma de Honduras que solo se puede lograr si las y los estudiantes se reconocen entre sí como sujetos garantes de la progresividad de la cultura y la justicia social en pro de una universidad que no puede existir sin pueblo.
[1] Para los Docentes, leer Cartas a Quien Pretende Enseñar de P. Freire